¿Educación o corrupción?

El domingo 3 de febrero de 2013, la Sexta emitió el programa Salvados, de Jordi Évole, sobre la educación pública en Finlandia, reconocida mundialmente por su eficacia.

Una escuela pública y gratuita, unos profesores altamente cualificados y con prestigio social son las claves de que el sistema finlandés funcione. Ello requiere un presupuesto importante, que procede de unos impuestos que no son muy elevados puesto que todo el mundo los paga. Solo a  principios de los años 90, en una situación económica difícil, se produjeron recortes en la educación  y las consecuencias son bien visibles, en forma de marginalidad y paro entre las personas que ahora tienen alrededor de treinta años y entonces estudiaban.

Hoy en día nadie se atrevería a plantear recortes otra vez, porque conocen el valor que tiene  una formación de calidad.

¿Qué pasa con la educación en España?

La situación de la enseñanza en España es también conocida y radicalmente distinta; recortes a la educación pública, cambios ideológicos constantes en los planes de estudio y unos profesores sin reconocimiento social y mal remunerados destacan como problemas principales.

Los resultados, claro, son los esperables: altos porcentajes de fracaso escolar y una escasa cualificación de los trabajadores que no nos permite desarrollar otras industrias que las del ladrillo y el turismo, ambas con problemas de saturación, muy vulnerables a crisis económicas, con nulo valor añadido e imposibles de exportar (¿recuerdan a un político que dijo que era mejor la construcción que la fabricación de productos, porque los edificios no se podían ‘deslocalizar’?).

Tal vez por ello, en España pasan cosas que en Finlandia no, como este mensaje publicado en twitter a propósito del programa:

 

Estupenda la educación en Finlandia, y el frío, los suicidios y no poder sentarte en una terraza a tomar unas Cañas y unas tapas?

 

Ante el análisis, la generalización tópica; ante la superioridad del otro, el desprecio. Ante el esfuerzo por mejorar, el ocio de las cañas y las tapas.

Esto mismo sucede con nuestros políticos. Hay numerosos casos de corrupción y de muy mala gestión, unos más evidentes y otros menos, pero casi ninguno acaba con los culpables en la cárcel y poquísimos con su dimisión del cargo, no digamos ya con su destitución, que parece tabú para el orgullo de quien hizo los nombramientos: yo no puedo haber elegido mal. La táctica es siempre la misma, negar todo y confiar en que una justicia de una lentitud insufrible tenga como resultado la prescripción del delito, o que un abogado espabilado consiga la nulidad del juicio por algún defecto de forma, o que acaben apartando al juez del caso si intenta hurgar demasiado.

Al cabo de un tiempo todo se olvida y los políticos son recompensados con el voto en las elecciones. Pasa en Valencia, donde el Partido Popular ha tenido mayoría absoluta varias veces, pasa en Madrid, donde el PP obtuvo la presidencia gracias a la corrupción de dos diputados (el famoso “tamayazo”) y donde a partir de entonces han ido cosechando mayorías absolutas, pasa en Catalunya, con Convergència i Unió y sus casos de corrupción, que siempre tapan con la trampa de que perseguirlos a ellos es ofender a Catalunya. Y pasará ahora con el caso Bárcenas que acabará, como mucho, si la cosa se pone realmente fea, con Ana Mato dimitiendo como si fuera una heroína dando ejemplo.

Solo tenemos dos herramientas para echarlos: el voto y la revolución.

La correlación parece clara, una pobre educación conduce a una pobre capacidad de crítica. Nos quejamos mucho, pero no reclamamos nada. No deberíamos pedir dimisiones que acaban honrando al que dimite, deberíamos echarlos. No se merecen ocupar los lugares que ocupan y no les deberíamos permitir que siguieran en ellos. Y no deberíamos parar hasta conseguir que devolvieran lo robado y cumplieran la pena que corresponde al delito y que los políticos siempre consiguen eludir con la simple dimisión.

La opción de voto que más revolucionaria resulta, es la del voto en blanco representado en escaños vacíos, que sea visible en los parlamentos y ayuntamientos. Porque cualquier otra opción les permite mantenerse en sus privilegios; solo así los partidos tradicionales tomarán algún interés en regenerarse ellos y regenerar el sistema, esta es la única manera de pasar de la queja a la reclamación, del conformismo a la oposición activa y efectiva.

Por Xavier Navarro, afiliado a Escaños en Blanco

Ley de Educación

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